martes, 2 de diciembre de 2008

texto de Andrea Romero




"Y Dios los creó Hombre y mujer" (fragmento)




6.
La luz del sol entraba con furia por el único espacio mínimo que la persiana dejaba abierto.
Era en un hotel. Una habitación a punto de estallar en mil pedazos. Pero parecía que no.
Él la abraza, la besa, le dice te amo. Ella se acurruca en el pecho masculino, siente seguridad, plenitud, siente el piso firme. Se ríe, festeja la vida.
Lentamente, se mueve como si nadara, el hombre se para y busca su saco. Mete la mano al bolsillo y saca su billetera de cuero negro con vivos en marrón claro. Carísima.
La solapa de un sobre blanco glorioso se engancha como sin querer al borde del detalle del cuero marrón de la billetera. Del sobre se distinguen claramente las letras en dorado pomposo.
En una maniobra imprevista, el sobre se desprende y cae con suavidad marcando surcos infantiles en el aire. Parece una plumita soplada por boquita chiquita.
Ella está acostada boca abajo, deja caer su cabeza y su brazo derecho del sommier King size. Su dedo índice juega con los pelitos sintéticos de la alfombra blanca.
El sobre a tres centímetros de su mano. El sobre tomado por su mano. El sobre que es abierto por ambas manos. El sobre que contiene una invitación. La bomba que explota cuando él dice “te invito a mi casamiento”.
Locura, gritos, llantos, uñas en su espalda, jurar y perjurar, te odio, te odio, hijo de puta.
A tres días de una romántica luna de miel, él fue a buscarla de nuevo. Un grupo de chicas jóvenes conversaban en la puerta de la Facu. El bajó la ventanilla automática con el dedo índice de su mano izquierda, sin ninguna necesidad de usar su anular cargado de anillo reciente, y desde el trono que el poder del amor suele conferir habló “vení, subí….yo te dije que ya se te iba a pasar”
Y ella que sube al auto.
Ella siempre estuvo ahí.
Ella siempre estará ahí.