martes, 7 de octubre de 2008

Textos del Libro "Valijas con voces" de Sara Manghesi de D'Alessio




La mirada

Me maravilla el poder de la mirada, esa que silenciosa
y dúctil, hoy declara el amor y mañana hiere. Esa que dice todo sin
hablar, que es capaz de acariciar sin piel.
Me maravilla descubrir que la mirada, sin dañar, puede
robar una imagen y esconderla adentro, para siempre; que con
suavidad de brisa me permite fugarme hacia la nada, o viajar hasta
el horizonte, sin moverme.
Me maravilla saber que con la mirada puedo recorrer

todo el paisaje y atrapar el atardecer en la montaña.
Me maravilla, a través de la mirada, apropiarme de la

palabra escrita, y disfrutar de la riqueza de otra mirada,la de los
grandes.
Me maravilla disponer de la mirada, regalar con ella la

sonrisa, esconderla detrás de las pestañas, ponerle luces o apagarla,
armarla con dardos refulgentes, o empañarla con lágrimas.
Me maravilla el don de la mirada.


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Destino de lágrima

La lágrima, rebelde, cayó del ojo izquierdo de
Margarita Ordóñez sobre la carta que escribía, y se fundió con el
adiós recién registrado en tinta azul-negro lavable sobre el papel
perfumado. Sin proponérselo, entró al sobre, escondida entre el
segundo y el tercer pliegue, y algo apretujada, esperó que Margarita
lo cerrara, y escribiera con su letra prolija y menuda “Señor
Nicandro Cuestas – Presente” en el anverso.
Luego viajó cómodamente en la cartera negra, al lado
de las llaves y debajo del pañuelo húmedo, mientras Margarita
bajaba por la escalera los seis pisos que separaban su departamento
de la calle. El trayecto hasta la parada del colectivo y los veinte
minutos de viaje, le permitieron explayarse generosamente por gran
parte de la misiva, amparada en el silencio y la oscuridad.
Al llegar al edificio de la Avenida Perú en el que
Nicandro Cuestas, a escondidas, alquilaba un ambiente para ocultar
su antiguo romance con Rosa Miranda, Margarita Ordóñez traspuso
la puerta, subió al ascensor, y apretó el botón que indicaba Terraza,
mientras la lágrima, ya en completa libertad, seguía impune su
recorrido por la carta. Acción que hubo de interrumpir bruscamente,
alarmada por el estrépito de la caída.
En la vereda atestada de transeúntes reunidos por la
morbosa curiosidad habitual, el policía revisó las pertenencias del
cadáver y luego de efectuar las anotaciones de rigor, tomó el sobre,
subió con él al ascensor hasta el quinto piso –siguiendo las
indicaciones del encargado- y lo entregó en mano a Nicandro
Cuestas. Éste lo abrió, entre sorprendido y atribulado, y en medio
de una enorme mancha de tinta azul-negro lavable, alcanzó a leer
el adiós perfumado de Margarita Ordóñez, justo antes que la
lágrima terminara de borrarlo.

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