jueves, 21 de agosto de 2008

Martin Yoma


Real


El cruzó el puente, y desde ese lugar… ya no hay retorno.
No realizó ningún esfuerzo físicamente desmedido, solo un acto, si es que si quiera puede llamárselo así; reflejo, mecánico, imperceptible.
No pensó, bueno si lo pensó pero nunca había pasado de eso, de ser un mero pensamiento. Al fin y al cabo era humano y ¿qué ser humano no ha pensado en hacerlo alguna vez?.
Lo cierto es que, él cruzó el puente entre lo potencial y lo efectivo. Ese puente que marca la distancia entre lo ficticio, lo que solo es real en el pensamiento, en el deseo.
Solo es cierto en la mente de quien lo recrea hasta gozarlo.
Solo es real por que se cree y luego se siente.
Pero, él no.
No se conformó con desearlo. Tuvo que caer en la bajeza de quienes deben sentir sus latidos para saberse vivos.
El… apretó el gatillo.

martes, 12 de agosto de 2008

Textos de Martin Yoma

Dios en el café.

Traeme:
Un cortado mediano y
un agua con gas.

Un recuerdo perdido y
un amor encontrado.

Un abrazo de amigo y
una resaca pasional.

Un sol de otoño y
un fresco primaveral.

Una historia desgastada y
un dolor para extirpar.

Traeme:
Lápiz,
Papel.
Y el arte para poetizar

ANDREA ROMERO


2008

"De un sueño se puede decir de todo, menos que sea una mentira"
(Ernesto Sábato)

Sólo ha quedado un dato certero: 28 de junio del 2008. La filmación de las cámaras de seguridad aportó el registro de la fecha y las imágenes capturadas. Trabajaron durante muchísimos años para descifrar las palabras que ahí se dijeron pues por aquel entonces no era posible grabar sonidos.
En la escena se ve algo inaudito, que ya se encontraba lo suficientemente corroído como para que lo que ahí sucedió haya sido nominado con posterioridad por los investigadores como el hecho anacrónico más destacado de principios de siglo: en un cyber dos personas sentadas una al lado de la otra, una mujer y un hombre, dialogan.
El hecho ha mantenido a todos expectantes, no sólo por su carácter de inusual para esa época sino porque según establecieron se trataría del primer registro encontrado. Un diálogo primigenio que devela un dato trascendental. Han especulado en definirlo en la línea ontogenética como la primera marca de lo que en realidad no hace otra cosa que repetirse. Explican de este modo la derivada de toda relación entre humanos y proyectan un futuro desolador calculando la inminente extinción de dicha especie, algo ya esperado en la filogénesis. Para quienes aún la poética es determinante afirman que la subjetivación de dicho hallazgo surge de la interpretación del único gesto filmado. A desmedro de tal inyección de semiótica otros consideran que sólo la trascripción de dichas líneas permite el descifrado.
Ella-si, ya sé que sos vos.
Él-bueno.
-¿cómo hiciste?
-nada, vino este tipo, me propuso cambiar su cuerpo por el mío, me aclaró que seguimos siendo cada uno el que éramos. Nos cambiábamos el cuerpo nada más.
-debía haber estado harto de si mismo o capaz tenía demasiadas deudas, un mafioso quizás.
-¡que sé yo!
-también vos…desde que nos separamos estás más… cuidate un poco, haceme el favor.
-¡tcht! Para que mierda te cuento…
-¿y cuándo fue?
- anoche como a las tres.
-me da pena, ya no es tu voz, no sé cómo vas a hacer, tu piel cambió, tu pelo, tus manos.
-obvio
-imagino que te las vas a arreglar con eso.
-….
-y decime…cómo vas a hacer para…
- eso ya no importa.
Él se levanta y se va. Ella con su mano derecha se toca su entrepierna.

martes, 5 de agosto de 2008

TEXTOS DE ANDREA ROMERO






Una botellita sin tapa


Una botellita sin tapa, una escritura ilegible en su frente indica su procedencia antiquísima ¿cómo llegó a sus manitos? No se la regaló nadie. Sus manitos entraban justo por el agujero pequeño de la caja. –abu!!- gritó- y esta botellita… ¿qué tiene? Una mueca se dibujó en la cara de la madura mujer. – esa botellita…tiene el olor del amor.

TEXTOS DE ÁLVARO VILDOZA







Personajes: Adolf Hitler

Adolf camina por las grises y heladas calles de Linz. Ese frío callejero parece llegarle al alma. Da pasos cortos, lentos, tristes. Mira al frente. Los músculos de su cara están tan tensos como una cuerda recién atada.
Se siente solo, abandonado. Algunos autos pasan echándole humo. Él tose. Es un niño, desabrigado de amor. Todo está perdido, se dice. Franky se fue y no va a volver. Está oscuro.
Llega a casa. Tiene hambre. Busca pan, pero no encuentra. Pone a hervir el agua. Busca té. Tampoco hay. Sale al patio, grita un largo Fraaaaaanky. No hay respuesta.
Se sienta en esa silla en la que, alguna vez, su madre lo tuvo en brazos. Desea sentir la suavidad de aquellas manos sobre las suyas, la tibieza de los besos que supo recibir, unos pocos años atrás. La verdad es que es eso lo que Adolf quiere recordar. Ella murió cuando él era pequeño.
Tal vez sea la nostalgia errada lo que lo impulsa a buscar el cuaderno con escritos de su madre. Trata de correr al depósito, pero los altos pastos del jardín se lo impiden. Cuando llega, se da cuenta de que la puerta ya había sido abierta. Allí estaba. Adolf siente un silencio amargo que gana su garganta.
Franky yace en el suelo de madera. Su cabeza está apoyada suavemente sobre su vieja almohada. Abre un ojo, el que tiene sano y mira a Adolf como suplicándole que se vaya. El niño se arrodilla junto a él y lo acaricia. Con sus manitos trata de limpiar la sangre que mana de su oreja y torso. Franky al sentir el rose, jadea y Adolf se asusta.
Pasan unos segundos en los que sorprendido, Adolf no hace nada. Su perro vuelve a mirarlo con los ojos húmedos. El niño se acerca y Franky lame su mejilla.
Así se quedan por unos momentos, minutos u horas. Uno junto al otro, recordándose amantes de juegos, corridas y paseos. Adolf siente por primera vez en el día la tibia ternura que el mundo le debe.
Franky parece haberse dormido. Adolf se levanta y busca el cuaderno de su madre. Cuando vuelve, su amigo abre los ojos y le dedica su último saludo. La vida defraudó una vez más al pequeño Adolf.
El abrazo fue largo. El llanto también. El pequeño, de 8 años, acaricia la suavidad del pelaje de su perro. Minutos, horas, días más tarde promete en una hoja rayada la venganza a sus vecinos polacos.






El silencio de la tristeza


Corre viento. El agua empuja con fuerza. El marinero anuda la vela al mástil. Una larga cuerda queda suelta, aunque no llega al suelo.

Su fina cabellera se despeina por ese aire helado que intenta entrar a su pecho. No habla. Camina a paso lento, haciendo sonar sus tacos en la madera. Trata de mirar a algo, pero no puede. Sigue con la vista al frente. Saca de su cartera un pañuelo, se seca las lágrimas. Ha llegado.

Abre el viejo baúl. Al momento que lo hace, se paraliza. Su corazón se reprime, su cuerpo se tensa. Recuerda con dolor. Las imágenes que extrae del baúl recorren su mente.

Se arrodilla y acomoda su larga pollera negra. Esperaba oír a las gaviotas pero la tormenta que se avecina parece haberlas espantado. Hasta el viento parece haber callado. La invade… el silencio. Se escucha gritando. Se escucha peleando. Se escucha llorando. Al principio lo percibe claramente, luego él se va, y queda sola, acompañada sólo por su propio bullicio.

Sostiene la soga. El muelle ya se ve lejos y se despide. El nudo en su garganta es áspero y al caer siente la presión sobre su cuello.

Ella se pone de pie y salta al agua. Quiere nadar y llegar a él. Pero la nave está ya muy lejos, las velas apenas se ven desde allí. Sigue nadando en el mar helado.

Ambos se encuentran, minutos después, en el silencio eterno y sus voces conversan para siempre.


--



¿Qué pasaría si todo lo que dijéramos se hiciera realidad?


Labios vendados


Prometí no hablar. O, mejor dicho, me obligaron a callar.
Aprendí a pensar, repensar y volver a pensar cada palabra que saldría de mi boca.
Mi voz era gruesa y triste. Casi nadie me escuchó, nunca, salvo mis padres y… vos.
De chiquito recuerdo jugar en el jardín a la vista de todos. Cuando crecí un poco todo eso acabó. No podía salir de mi casa.
Un día lo escuché desde la ventana de la pieza de mis papás. Los vecinos decían que yo era sordomudo, que tenía no sé qué enfermedad y que por eso me consentían con regalos que salían por televisión.
Comencé pensado que de verdad era mudo, pero no sordo, y me di cuenta de que no eran mis padres los que me compraban juguetes sino que era yo mismo el que los conseguía. Todo lo que decía se hacía realidad.
Iba por la vida, o en verdad, por la casa, con la boca vendada y cubierta por un barbijo hasta que me daba hambre y rogaba con las manos que me liberaran. Comí siempre en silencio. Viví callado.
A los once años salí por primera vez a la calle. Sentí mucha culpa, porque había escapado. Mis padres no estaban, aproveché y me subí como pude al techo para bajar de un salto. Allí estabas. Vos, mi vecina.
Te asustaste al principio. Nunca me habías visto, y por la forma en que caí, como del cielo, no parecía muy amigable. Yo te observaba, callado, como siempre. Me tuviste pena. Sin saludarme, y con las manos temblorosas me desataste con delicadeza la venda. Aquella fue la primera caricia de mi vida. Te despediste, así, rápido y susurrando, “volvé mañana”.
Los gritos duraron horas, los golpes un poco menos. Mamá lloraba, papá estaba furioso. Me preguntaban muchas cosas, como quién te desató, cuánta gente te vio, estás seguro de que no abriste la boca. Pero no me dejaban responder. Me oprimían la boca con las manos y varias veces pensé que me iba a asfixiar.
Me esperaste. Todos los días. Murmuraste, gritaste cuando estaba solo. Yo te oí, todas las veces, pero mis labios estaban sellados.
Crecimos más, y las cartas sobrevolaban la tapia. Así pasaron años. Hasta que nos revelamos los dos. Hablaste con mis padres. Dijiste lo que yo no podía. No les importó nuestra amistad.
Entonces, me liberaste nuevamente. Me suplicaste que lo dijera, que fuera valiente, me prometiste estar siempre a mi lado. “DÉJENME SER LIBRE” grité, con fuerza y decisión. Mis padres bajaron la cabeza, y se fueron a su habitación. Tiramos las vendas y los barbijos para siempre.
Te lo propuse por escrito. Me dijiste que sí, y mi mayor deseo se cumplió sin decir palabra.


domingo, 3 de agosto de 2008

TEXTOS DE IRMA SAMOSIUK

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POEMITAS SUELTOS
De Irma Samosiuk, que forman parte de su Poemario DICIENDO



1

Me hago chiquita
para caber en el mundo
porque no me dejan.
Me pisan, atropellan,
hacen que me de vuelta,
caminando hacia el lado que no quiero.
Me llevan en su estampida,
de ganado arriado,
asumen que estoy con ellos.
Me hago chiquita,
para tener la libertad,
de meterme en los recovecos
mas inusuales,
y poder mirar, pensar,
a donde quiero ir.
2
Un punto, no una coma,
es el tiempo que me doy,
para creer que si he sobrevivido,
es, porque ha valido la pena.
Un punto, para saber,
que no todo da vueltas en círculos.
Un punto, que está en el medio de mi corazón,
que no pesa nada,
que no saben que está,
que dicen que es el alma.
Mi alma que quiere salir,
y todavía, llama pidiendo permiso.
Pero no se hasta cuando.
3
Ya está, esto de sostener las palabras
que se atropellen, una tras otra,
en la puerta de la boca, para no herir
y seguir escuchando, el derecho
que tienen los demás de decir.
Llegó el tiempo de dejarlas en libertad
aunque en un principio
no sean comprendidas del todo.

Irma Samosiuk






OTROS POEMAS...




Nos tildaron amigo mío
Por la ropa
Por la barba
Por el pelo largo
Por el modo de reír y hablar
Por los gestos
Por lo que emanábamos al caminar
Nos tildaron amigo mío
Porque el mundo era de arcilla
Porque las palabras eran únicas
Porque la mirada era transparente e inocente
Nos tildaron amigo mío
En las caminatas hasta el amanecer
En los cafés solitarios
En la lectura concentrada, pensada
Nos tildaron amigo mío
Hasta sonreír cuando ahora nos vemos repetidos
en la euforia de otros
Hasta en esa lágrima que cae de emoción
Hasta saber que hemos sido domesticados.

Irma Samosiuk



TEXTOS DE CELIA ROLDÁN

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Roberto José ( un joven viejo)

“Sos un buen cadete” le decía el portero casi a diario, cuando le entregaba la correspondencia. No le pagaban gran cosa en el estudio contable, pero le alcanzaba para costear los libros de la universidad. Sonreía poco, aunque, cuando don Ramón le hacía alguna broma sobre el partido de Boca-River parecía animarse y exclamaba un arrastrado “shon pataduras, shon”. A veces, guiñándole un ojo, le decía “oia, ¿y esas ojeras? Parece que... No terminaba porque se daba vuelta y estirando el labio inferior, se ponía a doblar los sobres como si tuvieran una línea de puntos, para cortarlos parejitos.El saco azul le iba bien, pero no tanto como para usarlo en invierno y verano. Una amiga le regaló una remera roja. No la estrenó porque era demasiado chillona. Eso sí, mocasines marrón militar y medias blancas, infaltables; jamás unas zapatillas porque eran vulgares.A las ocho treinta, de lunes a viernes, marcaba su tarjeta. Siempre bien engominado. Siempre por la misma vereda y con una carpeta celeste apretada bajo el brazo izquierdo, haciendo juego con su camisa y sus ojos.Una mañana, Doña María, la dueña de la panadería a tres cuadras de su casa, no lo vio pasar a las ocho y cuarto. Se asomó a la vereda y miró a derecha e izquierda, haciendo pantalla con su mano como para agudizar la visión. Nada. Nadie.Dos semanas después, vio una pareja en la plazoleta de enfrente. El, joven, barba algo crecida y cabellos despeinados que reía con placer junto a una pelirroja atractiva que le hablaba al oído.De sus ojos celestes, salían mariposas de colores que revoloteaban en torno a ellos y los rayos del sol hacían depentagrama.

Celia Roldán

sábado, 2 de agosto de 2008

TEXTOS DE LELA BÉRTOLA

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Mi pueblo

Manto dorado en otoño,
cubriendo el vergel de primavera.
Molienda de frutos ambarinos, néctar delicioso
Prensa de verdes olivas, esperanzas regando futuros.
De frente el blanco eterno, en el reverso el marrón hecho carne
El rojo y el verde acompañando a las sombras gigantescas,
que buscan su terruño, igual que yo.
Te siento y te lloro, te añoro.
Te reto por tu debilidad ante los poderosos.
Me duele tu tristeza ante cada arrebato de tus entrañas,
ante cada hedor que te lastima.
Tierra de poetas, de pintores
de músicos y artesanos.
de luchadores sin armas, de gente común,
de cielos azules, esplendidos, únicos.
De recuerdos arañando corazones.
De lagrimas doradas sacadas
a empellones de tus cavidades mas profundas.
Chilecito
resiste, flaquea, mas no cae, resurge, como siempre,
airoso, entre los verdes, los blancos, los azules y los dorados.





DIGNIDAD

Hurgar, arañar, llegar al tuétano, que broten, que surjan, que asomen, que afloren las raíces de nuestra identidad; corrugada de tantos pisoteos despiadados, de tanto quebranto, de tanta devastación, de tanto dolor sin causa.
Llegó la hora de no escondernos más; de mostrarnos tal cual somos, de asumir de donde venimos, de no avergonzarnos, si descendemos de aborígenes, de españoles que apuñalaron y mataron a los dueños de estas tierras, o de esos otros extranjeros que llegaron escapando, algunos de la guerra, otros, vaya a saber de qué.
Es tiempo de sacar espinas, que tapan heridas profundas, que cubren resentimientos, que nublan la razón y opacan el pensamiento.
Es el momento de reconocer nuestros errores y el de nuestros
ancestros, para poder crecer en libertad
Es tiempo de mostrarnos como hermanos, fuertes, unidos, invencibles ante los embates de la hipocresía, de la soberbia de los poderosos.
Es el momento, de sacarnos la venda, de romper los moldes del cinismo, de ser verdaderamente nosotros.
De luchar por lo que queremos y necesitamos, de hacer escuchar nuestro grito, sin violencia, sin sangre, sin hambre, pidiendo simplemente que nos dejen ser
un pueblo digno.





Tengo

Tengo dolor de muertes sin razones, de luchas poderosas.
Tengo inmensidad de racimos ambarinos.
Tengo parpadeos deslumbrantes, oscurecidos por el negro riachuelo.
Tengo la nariz impregnada de azahares y olores nauseabundos.
Tengo los ojos celestes de las aguas saltarinas y ojos tristes de hermanos sometidos.
Tengo las entrañas abiertas de parir hijos sin futuro.
Tengo clavadas agujas de impunidad, de injusticia.
Tengo marcas de latigazos, de desarraigos, de desprotección.
Tengo imágenes viejas de cañaverales y montes inmensos.
Tengo pegadas en mi retina innumerables ruinas.
Tengo paisajes hermosos fijados a fuego.
Tengo madres de pañuelos blancos pidiendo por sus hijos.
Tengo hambre de justicia. Tengo sed de lluvias mágicas.
Tengo asco de soberbias y mentiras.
Tengo veleros cargados de esperanzas.
Tengo alas de cóndores surcando cielos azules y revoloteando montañas veteadas.
Tengo gritos lastimeros que retumban en la inmensidad.
Tengo olvidos premeditados. Tengo llantos contenidos.
Tengo promesas incumplidas.
Tengo cadenas que sujetan ideas.
Tengo esperanzas. Tengo necesidad de libertades.
Tengo ojos de mariposas y pájaros multicolores.
Tengo mezcla de sensaciones
Tengo contradicciones.
Tengo dolor por mi país saqueado
Tengo alegría por las cosas hermosas de mi país
TENGO UN PAIS


Vivir

Si en tus restos aun hay:
sobras de vida,
vestigios de alma,
cáscaras del tiempo adheridas al cuerpo:
marcas, raspones, huellas.
es señal que honraste la vida.

Lela Bértola

TEXTOS DE JULIA FERNÁNDEZ



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MI LUGARCITO

Creí que no llegaría nunca a este lugarcito edénico, esperado, único. Pero ahí está como siempre: revuelta, llena de migas, papeles, diarios, alguna vieja revista desgarrada y libros y más libros: flaquitos, gordos, viejos, relucientes, con las hojas semi-dobladas, arrugadas; los lomos descascarados o recién salidos de la imprenta. Lugarcito irremplazable. ¡Un paraíso, mi lugarcito! Y añorado como nunca. ¡Cómo corrí para tenerlo de nuevo a mi alcance!
Así es: algunos buscan refugio en el mullido sofá de la sala: allí se mimosean, se arrebujan, se arropan; otros, en la silla de madera, respaldo alto y almohadón confiable donde pueden apoyarse sin perder la compostura, mirar a los demás desde cierta distancia, conferida por la esbeltez de la espalda y el aire de señorío que esa posición permite. Habrá quien opte por la mecedora de la abuela: los ancestros dan prestigio a quien lo necesita para disimular el “Para Ti”, o el más mersa suplemento deportivo. Yo, mi cama. ¡Mi ilustrada cama!
Y me pregunto, entre sollozos y bronca amontonada, entre mocos y pañuelos de papel: de qué me sirve ahora tanta ilustración. Seguro que me engañó en eso también. ¡Al señor le gustaban los libros! ¡Justamente los mismos que a mí! Coincidíamos en un todo. Cafecito mediante, me recitaba los clásicos, se interesaba por los modernos y me comentaba los recién publicados. Él, infame, y yo, idiota. Porque había llegado a convencerme de que le encantaban mis polleras largas y mis sacos anticuados; mi bolso raído, sin color ya, los bolsillos colgando de tan gastados. Él lo encontraba singular. Singularmente atrayente, agregaba.
Mi cama me refugia, me consuela. Pero no alcanza. ¡Desperdicié tanta ternura en esos encuentros! He quedado fatigada, exhausta.
Ya mis amigas me habían advertido, pero yo veía en sus palabras sólo envidia. ¿Cómo –habrán dicho, supuse-, la peor vestida, la más payasa, en pareja y nosotras solas? No, no fue envidia, sino la más mísera verdad: mi amiguito, el intelectual, mi compañero de charlas literarias, el que habría la puerta, corría la silla, me ofrecía flores y mensajitos amorosos. El mismísimo tipo por el que estuve a punto de perder mi vieja costumbre de estar echada en mi cucha todo el día, resulta que ése no me engañaba a mí, en realidad, sino a su bella esposa. Ella, un maniquí. Y yo, otra vez buscando mi cama revuelta, llena de migas y de sabias lecturas.
¡Cuántas veces renuncié a mi lugarcito en el mundo para que un desalmado cualquiera se burlara de mis sueños! En realidad, yo fui la infiel. Si lo que más quiero está aquí: estiro las sábanas, agrego frazadas, quito algunas migas, no todas pues me servirán para picotear esta noche que presiento larga, interminable, y me interno en el huequito que ha marcado mi cuerpo. De ahora en más meditaré mucho tiempo antes de abandonar esa comarca en donde mi alma puede planchar sus penas, y me es posible arrimar mi espalda a otra espalda generosa, sin reproches.
Encuentro papelitos de caramelo con los dedos del pie. Si hasta ellos, dobladitos.




LA BARRA PARDA


Creo que esa tarde tuve más suerte que mis dos compinches. Quedé libre y para los tipos que nos usan es lo único importante: mientras siga sirviendo para sus próximas – (¿tengo que decir “mis próximas”?) – fechorías voy a seguir valiendo algo para ellos. Norita y Pedro, perdieron, pobres. Quedaron totalmente fichados.
- Ahora tendrás que laburar por los tres – me ordenaron.
Los “gordos” me han prohibido ver a mis amigos y tendría que ser un mago para poder entrar al hospital en donde quedó internado Pedro. Parece que la herida no es tan grave pero seguro que tiene custodia las veinticuatro horas.
Me será más fácil encontrar a Norita. Ella fue entregada a los viejos después que éstos vinieron a buscarla a la comisaría. Aunque tienen revigilada la villa, ella sabrá dónde podremos encontrarnos; por supuesto, después de haber despistado bien a los canas que la vigilan.
En eso, ella es una genia. También, ¡nada menos que la hija menor del tuerto Alcides! Lo acompañó hasta que al tuerto lo agarraron en una emboscada sus propios compañeros. Estaban hartos de que él siempre se quedara con la mejor tajada. Norita se fugó sin que lo notaran siquiera. Vivió todo el tiempo con nosotros, la barra parda, en ese taller abandonado. Desde entonces se endureció del todo. No le vi derramar ni una lágrima, ni la escuché maldecir a estos malparidos que fusilaron al tuerto a un metro de distancia. Pero supongo que sentirlo, debe haberlo sentido. Era dios para ella. Ahora que la llevaron a la casa, tendrá que bancarse de nuevo al padrastro.
- El tipo es un boludo – nos había dicho Norita - La vieja nos enchufó un gil que no tiene la menor idea de la vida. Me las tomé cuando empezó con el cuento ése de que debía decirle a dónde iba y a qué hora volvía.
Cuando por fin nos pusimos en contacto y pudimos vernos, Norita me dijo, mostrándome una mochila vieja y sin color casi:
- Aquí metí algunas cosas; lo más necesario; a la casa no podré volver. Le aseguré que podría quedarse unos días en el galpón de Vieytes.
Ése también era un refugio que usaba la barra.
Nos fugaríamos juntos. Pero había que esperar; primero tendría que despistar a los “gordos”. El problema era Pedro. Abandonarlo a su suerte? ¿Esperar a que se recuperara?
No tuve que hacerme más planteos porque ella ya lo tenía todo masticado. Su plan era entrar al hospital disfrazados de payasos: ese día habría un espectáculo para niños.
Ya podrán darse cuenta: esas boludeces que inventan las viejas cuando les trabaja el marote y deciden ser buenitas Eso sucede cada vez que las joyas les pesan demasiado. Sienten gran dolor en las articulaciones y cuando van al gimnasio comprenden que, entre anillos y demás, han subido un kilo. Se miran al espejo y suspiran afligidas:
-Pero si como todo sin grasa, me privo del pan…
Entonces, se dan cuenta, -porque a veces se dan cuenta - , que les pesa la conciencia. Y deciden usar el melón para aliviarlo: inventan una fiestita de disfraces en el hospital…
Se regodean de sólo pensar que los hijos de ellas no irían allí. Los nenes, ni siquiera saben que existen los hospitales.
-¡Grandioso, el domingo!
Todo salió al pelo, como lo había planeado Norita; sólo que Pedro cojeaba. Él también debió usar un disfraz. Tuvo que hacer de viejito rengo hasta llegar a la estación. Ahí habíamos escondido ropa para seguir viaje en tren.
Algo sucedió que no estaba en nuestros planes. A Norita la habían seguido, parece. Nunca sabremos si fue la cana o los turros que fusilaron al tuerto. Buscaban la merca que se había hecho humo, vaya a saber en qué otro entrevero.
Cuando el tren se puso en marcha, tirada en un charco, sus ojos se estaban despidiendo. De nosotros y de nuestros mejores días en la barra parda.
¡A no flojear, ahora! ¿Oíste, che Pedro? – Lo tironeé del saco de viejo que todavía no se había cambiado y lo obligué a mirar para otro lado.





SOY YO, LA JUSTICIERA

A una golfa como ella, no pude atraparla de otra manera. Hace rato que venía mirándola actuar. Yo la dejaba nomás. Se revolcó con cuanto tipo se le puso cerca.
Había comenzado con los pobres diablos que frecuentaban el mismo barro que ella. Compartían, además de la miseria, el gusto por lo extravagante, lo llamativo, lo fácil; el suburbio. La dejé. No era diferente a muchos otros y sobre todo, a muchas otras.
Estuve a punto de creer que lo hacía por compasión, por lástima. Hasta que empezó a tocar a los poderosos, los políticos, la gente realmente devota, creyente, correcta cuando su fama trascendió Hollywood.
Entrampó a varios de la misma prominente familia: un presidente – dicen - un senador, algún cuñado.
Entonces, me vi obligada a intervenir. Hice que el alcohol le nublara los sesos. De ahí en más, sólo me quedó esperar a encontrarla tirada, vencida, descartada.
Yo ya había hurgado en sus cajones, y al frasquito misterioso, que ella escondía celosamente, fui agregándole dosis letales. Día a día; con esa paciencia que ya me conocen…
Era hermosa, su juventud fascinaba, su aire de inocencia confundía, su pelo deslumbraba. Qué importa si había recurrido a algunos artilugios para ello, ¡deslumbraba!
Todo el mundo sabe que las películas que filmó no eran de lo mejor. Lejos de ser buen cine. Su cuerpo y sus vestidos llamativos eran el único argumento destacable.
Fue eso lo que me impulsó: despertó la lujuria de tantos hombres decentes, patrióticos, devotos que me vi obligada a actuar. Actuar antes de que se volviera vieja y fea. Las mujeres como ella debían aprender la lección: no se juega impunemente con el poder, el decoro, la corrección




ENREDADA A UN RECUERDO

Por el ventanuco vio venir la procesión de vecinos.
Casi adivinó que se trataba del Anselmo.
Es decir, era él quien ocupaba ese día el sitial de privilegio.
El morador del cajón que sus familiares trajinaban por la callejuela pedregosa.
El Anselmo, su joven pretendiente de hace veinte años.
Antonia nunca supo por qué esa joven venida del poblado la había desplazado con tanta facilidad. Era un poco más delgada y hasta más lindona que ella.
Pero reemplazarla así, de ¡un tirón! ¡Qué sacudida fue para la infeliz! Antonia todavía guardaba unas margaritas silvestres en algún tarro de la cocina, como recuerdo de las atenciones de aquel mozo.
Lo que más le dolía es que después había tenido que aceptar como marido al opa del Nicasio. Eso sí, era joven y con polenta.
Pero para qué pensar en eso, justamente ahora – se repetía la Antonia - mientras trataba de que el cuzco parase de ladrar.
Al pobre animal lo asustaba el color negro-violeta que cubría el cielo.
En esa agobiante tarde de diciembre, el Nicasio no podía terminar de acomodar las chapas con que su mujer le había ordenado cerrar todos los agujeros del rancho.
Él pensó que era por la tormenta que se avecinaba; ella supo que fue para ocultarse del muerto y sobre todo de la viva, la esposa, la aborrecida.
Cuando la Antonia reaccionó, el Nicasio ya había invitado a todos: finado y familiares a resguardarse en la galería hasta que lo peor del ventarrón hubiese pasado.
El cajón del Anselmo quedó bajo el árbol, el único que protegía de la intemperie, en ese arenal que todos llamaban jardín.
No tuvo más remedio que acercarse y saludar. Y lloró, la Antonia; lloró todos sus llantos acumulados.
Claro, ella tenía muchos más motivos para llorar que cualquiera de los otros.
Había perdido al Anselmo hacía veinte años y sólo ahora podía lamentarse sin que nadie se diera cuenta de su rencor.
Todo pasó por fin: la tormenta, el cortejo fúnebre y el llanto de la Antonia.
Su extraño consuelo fue dormirse esa noche soñándose un árbol, el único que daba sombra a ese arenal que todos llamaban jardín. Sólo que ahora otras raíces se enredaban a las suyas, tiernas, llegadoras, recientes…
El Nicasio despertó como siempre, a la madrugada, apurado: quería prepararle el primer mate a la mujer, como para endulzarle el carácter.
Pobre Nicasio, esa mañana no hubo quien estirara la mano por entre las cobijas, para recibirle ese primer verdoso, calentito, espumante…

Julia Fernández

A partir de textos de Martín Ptasik

+++++++++++++++++++++++++++++++
A partir de


Los versos en negrita pertenecen a poemas de los libros:
DE VIENTO SERÁ y ANDA LA PALABRA de Martín Ptasik




CONTEO FINAL

Vaya a saber donde
Morir dos veces.
Y por qué no una
o más?
Cinco o seis, hasta que los dedos se terminen.
Y empezar de nuevo,
por una, dos y así seguir siguiendo.
Hasta el infinito o donde alcance.
Y ver entonces que son.
Y son los ojos tristes
Que no saben cómo

con el asombro agrandados
ciegos de alegrías.
Y son los brazos quietos
que no saben cuanto

Sentir que nada se ve claro,
ni por los ojos
.
Con tanta lágrima, tanto llanto, tanto rencor adormecido
Tantearse lento
Por adentro y por afuera.
Sacudones alivianando el alma.
Apretar las manos
Fuerte hasta que duelan
Si con las manos y el alma puedo
Habré encontrado el camino,
Que me lleve donde el dolor sea ausencia.
Y para morir
Con una vez alcance.

María Cristina Vázquez



Llorar largo y tendido.
Sentir que nada se ve claro, ni por los ojos.
¡Ay! Mi suelo.
Saber que estamos hechos de arrebatos,
De gestos desmedidos, impensados, incongruentes.
Que estamos negando la mentira,
Que sangran las heridas desde el tiempo,
Desde el suelo.
Terrible si se deja el desvelo abierto,
Si escasea el pan,
Y el hombre que ha sudado los jornales,
No ve el atajo que tenía la esperanza.

Celia Roldán



SOY

Soy de esos que abrazan fuerte para aplastar la ausencia,

para no dejar que el dolor ocupe ese lugar.
Soy de esos que dejan que las lagrimas rueden, sin importar ni donde, ni cuando, ni porqué.
Soy de esos que no deja que el corazón se encoja, se arrugue, se agujeree.
Soy de esa clase de gente

que no deja que el resentimiento de los otros me hiera, ni menos que haga nido en mi vida.
Soy de esos que tienen todo el tiempo para perder en la estación, hasta que haya lugar para uno mas.
Soy de esa clase de gente que se tantea todas las mañanas
, para saber si aun estoy vivo.
Soy de los que lloran de nuevo para volver a reír.
Soy de esa clase de gente.

Lela Bértola







“Soy de los que siempre miran hacia atrás cuando se despide”.
Por eso no olvido aquel país del que provengo. El mismo aquél del helicóptero que la Historia recordará como huyendo hacia la nada. Y sus muertos. De entonces y de cada tanto.
La pantalla vuelve a mostrarme – desde este largo destierro voluntario – imágenes que pensé irrepetibles por lo atroces.
Desde esta fría tierra que me abrió sus brazos, - sin abrazarme - , claro está, me doy cuenta que “soy de ésos que reservan un buen lagrimón para brindar o doler por ciertas cosas”…
Y ya no quisiera. El cuerpo no me da. Tiré todos mis pañuelos aquel día en que tuve que volverme viejo y experimentado, así, de pronto. Tomar decisiones, buscar destinos, partir lejos…
Lejos, es aquí, desde donde la pantalla me dice que no escarmientan, no se cansan, - ¿no nos cansamos? – de repetir escenas pavorosas. El tremendismo los obceca, los destruye. Nos desbasta.
“Soy de los que lloran de nuevo” – definitivamente – y guardo la esperanza de que, dentro de unos días, unas semanas - ¿meses quizás? – la sinrazón ceda el paso a la lucidez, a la calma. La cordura los invada, los choque, los enfrente. Que se miren, se reconozcan, se hablen, expresen cada uno sus razones y callen sus broncas, sus odios, sus intereses. Porque, al fin de cuentas, se trata de eso, ¿no? Intereses; mezquinos intereses…
Porque soy de los que no tienen los bolsillos sanos” y (…) “de tenerlos los rompería, a siestas, de nuevo…”

Julia Fernández










LO QUE HAGO

Arrancar de cuajo la razón y sus malhechores,
eso hago.
Lo hago justo ahora,
cuando la suma de las horas y los días
se me lee en el color de los cabellos.
Que no me aten.
Que me dejen
agradecerle al espejo los surcos estampados
a pura risa,
y las sombras de los llantos.
Y llorar de nuevo.
También eso hago.
Vale la pena,
por el solo placer de sentir esa agua tibia
cayendo por la cara hasta la orilla,
y secarla con la manga.
Después,
con la paz de un llanto bien llorado,
y la brisa de algunas carcajadas,
quedarme ahí,
alrededor del fuego o con un hijo en los brazos,
porque sí,
por el calor,
por el abrazo.
A esta altura de mi vida, eso hago.

Sara M. Manghesi de D’Alessio




Hay un punto en que uno, no puede odiarse un solo día más.
Y emborracharse de vida es justo,
dejando de estar colgados en el pasado,
que sin razón, va matando el presente.
Decir basta, amontonar y juntar todos esos “si” que se nos perdieron.
Atrapar la sencillez y beberla cada segundo como si fuera la última.
Devaluar el “yo”, convertirlo en un “nosotros” grande y redondo.
Aniquilar las intrigas con risas claras, desviándolas.
Te presto mis versosAbrigar al del al lado con ternura para querer y seguir queriendo.
Hacer un bollo al orgullo oscuro y tirarlo a un precipicio hondo.
Dar agua de vertiente a los pensamientos,
Y no reconstruir, sino construir.
Y urge declarar que ya está bueno.

Irma Samosiuk


A partir de versos de Ariel Ferraro


Identidad encadenada

Textos en cadena inspirados en fragmentos de
Odas para un desvelo campesino” de Ariel Ferraro


Quiero volver de nuevo hacia el adobe
que huele a pan cocido por la abuela
,
antes que el tiempo arrase los recuerdos
mutilando las líneas de mi origen.
Así podré reconstruir, imperceptible,
el andamiaje sutil que me sostiene:
marrón de árbol;
erguido de montaña;
sonoro de coyoyos;
oliendo a lluvia torrente sobre el llano
y a jarilla sangrando en flores amarillas.
Entonces, después de haber rozado
nieves lejanas,
de sumergirme en mares transparentes,
pisar corales;
después de haber robado desde el cielo
montada en un avión
selvas y lagos,
desierto y cordilleras,
para llegar al borde de un volcán
que me miraba
con su ojo color verde esmeralda;
aún más tarde que esa tarde
en que mi pie regrese
y mi vida estrene
el crepúsculo seguro de mi alma,
le pido a Dios: en ese instante
déjame estar junto al cardón suicida
puerco espín de malos entendidos

Sara M. Manghesi de D’Alessio



Déjame estar junto al cardón suicida, puerco espín de malos entendidos.
De palabras equivocadas y rumores de tormenta.
Donde la tierra se confunde con los cielos y las piedras se yerguen en busca de sonidos.
Donde la noche acuna soledades, mientras el viento susurra sus secretos y la luna vergonzosa esconde su cara porque hay estrellas sometidas.
Donde el aire tiene aromas de nostalgia y las flores perfumes de otro tiempo.
Donde no hay soles inventados ni luces vanidosas.
Donde las sombras vagan en busca de esperanzas.
La tierra inmóvil espera mi llegada y son sus brazos un refugio cierto y un abrigo calmo.
Por eso pido, suplico, ruego
déjame estar aquí donde los nombres solos arden y claman.

María Cristina Vázquez


Déjame estar aquí, donde los nombres solos
arden y claman.
Me he perdido en multitudes de concreto,
No he podido mirar los azules,
ni los verdes,
ni los amarillos.
He caminado con un número bajo el brazo,
siguiendo los pies de otros,
levantando hollín, no tierra.
Con vientos inventados por hombres automatizados.
Con ruidos sin música.
Rodeada de plástico.
Déjame estar, diezmada entre los pájaros
O a la sombra esperanzada de las breas
.

Irma Samosiuk



Déjame estar, diezmada entre los pájaros
O a la sombra esperanzada de las breas
Para sentirme árbol que hunde sus raíces
Desde el tiempo que marcan los inviernos
En las cumbres verdinegras del Velazco
Para sentirme piedra que sostiene huracanes
O socavón que guarece al cóndor poderoso
O temblar entre las aguas del arroyo
Cuando el verano acrecienta sus caudales
Para sentirme agua que atraviesa en torrentes
Las quebradas, las mesetas, las colinas
Y después de haber saciado las distancias
Vuelvo hacia ti
De nuevo por la greda

Celia Roldán



“Vuelvo hacia ti, de nuevo por la greda”…
He madurado caminos, he transitado amores.
Antiguas metrópolis me han seducido con sus esplendores y sus lujos.
Mares colosales han transformado mi andar por los días.
Los hubo azules, de aguas trasparentes; otros opacados por el cemento y el gentío.
Confundiéndome en ellos, me embriagué de alegrías ajenas y de penas no tanto.
¿Necesitaba, acaso, ahuyentar viejos recuerdos? ¿Dejarlos prendidos en las alambradas de algún estrecho cercado, esconderlos en la montaña que atrae al viajero con sus colores y sus signos?
Aquel derroche de paisajes, el hechizo de las noches sin freno, semejantes a un tren infinito del que no estaba permitido descender, borraron mi infancia, mi oscuro cobijo provinciano.
Esa tierra desnuda de la que provengo, parecía no contenerme en sus perfumes lejanos.
No sé cómo, ignoro cuándo, comenzaron a revolotear las palomas de la añoranza.
La sorprendente ansiedad por mis cerros, - faros, casi, - me llamaron a quietud.
Guiaron mi regreso. Orientaron mis pobres ojos viejos.
Y hoy vuelvo hacia ti, de nuevo por la greda. Porque es aquí “donde Dios puso impresiones digitales”

Julia Fernández



Donde Dios puso impresiones digitales en blanco inmaculado, en esperanzado verde, en marrones gigantescos y azules refulgentes; ese es mi terruño; ese es mí lugar; allá donde mi alma se ancló y mis entrañas se desangraron, cuando la vida me llevó por laberintos impensados. Allá donde quedó parte de mi historia. Mi identidad, la forman las huellas que dejaron mis abuelos en cada eucalipto, en cada algarrobo, junto a esas otras que llegaron grabadas a fuego en la madera húmeda de algún barco.Acuden a mi mente imágenes de mi niñez, de mi adolescencia, cargadas de emociones únicas que me estremecen, me sobresaltan y siento y respiro el aire cálido que huele a jarilla, a agua de cántaro, a vino patero, a empanadillas y charqui, a tierra mojada por la lluvia, a beso inocente, a despreocupación, a algarabía.Esas son mis raíces, mi origen, lo digo con pasión, con orgullo, con respeto; y algún día quiero volver de nuevo, para quedarme, hacia el adobe que huele a pan cocido por la abuela.

Lela Bértola